viernes, 13 de mayo de 2011

TESTIMONIO DE UN LIBERAL

Nota del editor:
Extracto del discurso pronunciado por el economista español Pedro Schwartz (76) al recibir el "Premio de Economía Rey Juan Carlos". Madrid (España), 16 de noviembre de 2010
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       "Su Majestad:

      "Cursaba el segundo año de Derecho cuando participé en las protestas estudiantiles de febrero de 1956 que organizaron muchachos comunistas, hoy arrepentidos de su desplazado radicalismo. Me involucré en esas manifestaciones como parte de un círculo liberal esperanzado de ver una España democrática, templada por el poder arbitral de un rey. No imaginaba el terremoto que esas protestas causarían en mi vida. No sólo enfrenté dos procesos penales y, más tarde, el extrañamiento, sino la oposición del Gobierno para que yo pudiese entrar al servicio diplomático. Pero mi padre me compensó generosamente financiándome cinco años de estudios de doctorado en la London School of Economics (LSE). Me convertí, así, en un historiador del pensamiento económico.
 
      "Aún estudiante de Derecho, vi en una librería de Madrid un libro cuya portada me llamó la atención. El título: "La sociedad abierta y sus enemigos"; el autor: Karl Popper. La cubierta mostraba los retratos de tres de esos enemigos: Platón, Hegel y Marx. Su lectura me dejó confundido: ¿enemigos esos grandes pensadores por los que tanta admiración sentían mis profesores y compañeros de convicciones democráticas?
 
       "Ya inscrito en la LSE, caminaba un día al refectorio y en la puerta de un despacho leí un letrero que decía: «K. R. Popper». Sin dudar llamé a la puerta y pregunté a la mínima figura sentada tras el escritorio: «¿Es usted el autor de "La sociedad abierta y sus enemigos"?» Me contestó que sí y le pedí permiso para asistir a sus clases de filosofía y metodología. Empezaba mi crucial período de formación en lógica y teoría del conocimiento.
 
      "Suspendí un año y medio el estudio de materias económicas para dedicarme a la filosofía, distracción que agradezco porque considero que la falta de conocimientos filosóficos es la causa principal de los bandazos y mal dirigidos entusiasmos de muchos de mis compañeros. Un pequeño resultado de esa colaboración con el maestro Popper fue mi traducción de "La miseria del historicismo", trabajo que dio inicio a mis esfuerzos para que Popper fuera conocido en España. 
 
      "Conseguí que mi supervisor de doctorado fuera el gran Lionel Robbins, pronto elevado a Par del Reino. Lord Robbins no era sólo un famoso maestro de teoría económica; era, también, un destacadísimo cultor de doctrinas económicas y muy exigente en materias de precisión histórica. Había trabajado con Keynes y tuvo buena amistad con Schumpeter. Estimaba necesario familiarizarse con los autores del pasado y que se les juzgara científicamente. Saber colocar a cada autor en su tiempo y evaluar sus aportes científicos, es lo que fascina y da utilidad a la historia del pensamiento económico.
 
      "Fue Popper quien me sugirió hacer mi tesis sobre John Stuart Mill, cuya teoría del conocimiento él valoraba en su justa dimensión. Al final, me incliné por el estudio de la nueva economía política de Mill, bastante alejada del capitalismo puro de su padre y de David Ricardo. Con mi tesis y el libro que de ella resultó, atribuí a Mill (creo con justicia) el inicio de mi concepción del liberalismo. Él creía posible dividir la economía política en dos campos: uno, el de las leyes de la producción de riqueza en un mercado libre, normas necesarias de obedecer si se busca la prosperidad de un país; el otro, el de una justa distribución de lo producido, facilitando reformas institucionales que favorezcan a los trabajadores y a las mujeres. Por un lado, era preciso fomentar la productividad y la competencia; por el otro, acabar con la discriminación de clase y de sexo. La propuesta de Mill, que distingue reglas de producción y modos de distribución, es el origen de las versiones más moderadas del socialismo económico que conocemos hoy ¿Quién no ha oído a los socialdemócratas de turno que para repartir es previamente necesario producir? Si agregamos la idea, también de Mill, de que la felicidad de los individuos es el criterio para juzgar la perfección de las sociedades, tenemos como resultado el Estado de Bienestar.
 
      "Los fabianos en Inglaterra o los liberales de Sagasta y Alba en la España de comienzos del siglo XX; Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos, tras la gran depresión prolongada por su New Deal; también Keynes y Beveridge, cuando preparaban la paz para después de la Segunda Guerra Mundial; todos ellos oían voces liberales en el aire, pero en realidad no hacían sino repetir lo escrito por Mill un siglo antes, desde su despacho de la East India Company ¡Así de importante son las ideas!
 
      "De vuelta a España, escribí otra tesis doctoral, pues la inglesa no era reconocida por las autoridades de España. El tema que elegí fueron las teorías de la población de Malthus. En este punto, también he cambiado de opinión. Esa tesis que presenté en la Universidad Complutense de Madrid, estaba motivada por el temor de que la humanidad, multiplicándose sin freno, quedase atrapada en la trampa de la malthusiana superpoblación. También por influencia de Mill, llegué a pensar que era necesaria una política pública para contener el crecimiento desbocado de la población, especialmente en los países en vías de desarrollo. Una versión más actual de esta creencia malthusiana es la convicción del próximo agotamiento de los recursos naturales sostenido por el Club de Roma y, de otra forma, por los agoreros del cambio climático. Ahora, y sobre la base de evidencias teóricas y estadísticas, creo que el número de hijos puede y debe dejarse del todo a elección de los progenitores. Con un lapso que a veces se nos antoja eterno, los individuos han sabido adaptar el tamaño de sus familias a lo que mejor pueda convenirles a ellos, a sus hijos y a la sociedad, salvo cuando interfiere el Estado, como ocurre en China. No publiqué esa tesis y ahora estoy preparando una versión ampliada que titularé "¡Malthus destronado!".
 
      "Como se verá, este no fue el único cambio de opinión en mi vida. En el país de «sostenella y no enmendalla», las retractaciones minan el prestigio. Hay dos maneras de cambiar de opinión. Una es la de Keynes. En cierta ocasión alguien le reprochó defender lo que había criticado. Keynes replicó: «Cuando cambian las circunstancias, cambio de opinión. ¿Usted no?». Es conocida la queja de Churchill: "Cuando pido opinión a tres economistas me dan cuatro: dos de ellas son de Keynes". La otra, más digna, es cambiar de opinión no para adaptarla a las circunstancias, sino por creer que la primera es falsa en todas las circunstancias.
 
      "Terminado el extrañamiento que se me impuso (1969), obtuve la cátedra de Historia de las Doctrinas Económicas en la Universidad Complutense de Madrid. El que se convocara a concurso y yo lo aprobara, siendo, a juicio del Gobierno, persona non grata en Madrid y en su principal universidad por mis actividades políticas, es un indicio de que muchas veces se exagera el autoritarismo del régimen de Franco.
 
      "Tuve mis primeras dudas sobre el ideario socialdemócrata cuando trabajé en el Servicio de Estudios del Banco de España. Buscábamos con pasión aumentar la racionalidad y mejorar el funcionamiento del sistema financiero con modelos keynesianos y, al mismo tiempo, con instrumentos monetaristas. Esta evidente contradicción ahondó mis dudas, preguntándome sotto voce por qué seguía soñando con una política social tan ineficiente. ¿Era este el criterio de eficiencia para conducir la política económica? Puestos en la tesitura de elegir ente libertad o seguridad, ¿no sería mejor ser pobre que siervo? Estas y otras preguntas me llevaron nuevamente a la London School of Economics (1972) para cursar un master de economía que me diera una respuesta convincente.
 
      "Las enseñanzas recibidas en ese curso me hicieron abandonar cualquier atisbo de socialismo liberal y adscribir el individualismo capitalista. De nuevo tuve suerte con mis maestros. Mis profesores no me adoctrinaron al unísono. Por el contrario, aprendí microeconomía con Alan Walters, teoría del dinero con David Laidler y seguí con atención las seductoras enseñanzas de Amartya Sen. Y para que se entienda bien el choque de ideas al que fui sometido, recuérdese que Walters fue uno de los consejeros más directos de Margaret Thatcher cuando ella alcanzó la jefatura del gobierno británico en 1979. Laidler, por su parte, era un monetarista coherente y convincente. Gracias a sus lecciones me convertí a distancia en discípulo de Milton Friedman. Sen, por el contrario, nos hablaba de cómo maximizar una función de bienestar social, en la que "la igualdad" era el supremo valor de la acción social. Las clases de Sen eran casi hipnóticas. Durante dos horas, llenaba la pizarra con derivaciones lógicas sin que sintiéramos cansancio alguno. Me trató siempre con gran respeto, pese a que me sabía opositor a sus doctrinas paternalistas y, a la postre, colectivistas. En mi reciente libro "En busca de Montesquieu", he presentado a Hayek y a Sen como los campeones de dos conceptos antitéticos de la libertad individual: la que cifra la libertad en la posibilidad de decir «no» al poder político y la que sólo la concibe con recursos suficientes para ejercerla. Una lleva al Estado mínimo; la otra, al Estado de Bienestar. Mi conclusión es que Hayek sale victorioso.
 
      "Mi aprendizaje con Friedman, como con Hayek, se inició a través de las clases impartidas por sus discípulos y la lectura de sus libros. Tuve la fortuna de trabar amistad con ambos, sosteniendo largas conversaciones en diversos lugares del mundo, por lo que puedo decir que fueron mis maestros al estilo peripatético de la Academia de Platón. Friedman es el mejor polemista que he conocido. Exquisitamente cortés, una inmensa sonrisa hacía aún más acerados sus argumentos. Los que no podían rebatir sus razones se rebajaban acusándole de ser el consejero áulico del general Pinochet, con el que sostuvo una conversación de tres cuartos de hora con intérpretes, seguida de una carta de dos páginas. Sin embargo, esos detractores "amantes de la libertad" no protestaron por las visitas de Friedman a los jerarcas de la China comunista. Recuerdo muy especialmente la vez que le acompañé a Hong Kong, cuando realizó su película para la serie «Libertad de elegir». Una vez difundida esta serie en el mundo de habla inglesa, conseguí (gracias al apoyo político de Joaquín Garrigues) que se emitiera por Televisión Española en 1981. ¡Eran otros tiempos! Valdría la pena volver a verla para admirar su capacidad de comunicar verdades oportunas e incómodas, incluso para hoy.
 
      "Cuando estaba terminando la redacción de mi tesis sobre Mill, leí por primera vez "La constitución de la libertad"  de Hayek: me sobrecogió la coherencia de su crítica al Estado democrático de Bienestar. Tardé tiempo en aceptar la lógica de sus argumentos y terminé convencido de que se trata de uno de los más grandes libros de filosofía política en la historia de Occidente. Luego colaboré con él  en su defensa al sistema de monedas privadas y competitivas, y formé parte del grupo que le ayudó a editar su último libro, "La fatal arrogancia". Hayek no era sólo una atleta de las ideas, sino además un gran escalador  de riscos, como Termes, otro gran liberal. Recuerdo con qué prisa subía las empinadas gradas del Machu Picchu siendo octogenario. 
 
      "No todo lo que aprendí fue en libros o en aulas. En Inglaterra fui testigo directo del fracaso terminal del laborismo en 1978: "the winter of our discontent", como lo llamó algún periodista lector de Shakespeare. El intento del gobierno de Callaghan de combatir la inflación instaurando una política de rentas y limitando las subidas salariales a un 5%, paralizó la vida británica: hubo huelgas de conductores de camiones, de autobuseros, enfermeras, sepultureros, empleados del ferrocarril, recogedores de basuras, etc., y los mineros amenazaban con repetir sus paros. Incluso, se restringió el suministro eléctrico a la industria tres días por semana. Era muy claro que los laboristas no habían leído las causas monetarias de la inflación previstas por Milton Friedman.
 
      "Las exitosas medidas adoptadas por Margaret Thatcher terminaron por convencerme de que la libertad era posible y necesaria. Antes de volver a España, colaboré en la edición de la correspondencia privada y algunas obras de Jeremías Bentham, filósofo utilitarista. Bentham siempre me fascinó, tanto por la lógica un tanto desequilibrada del utilitarismo, como por sus encantadoras excentricidades.
 
      "Pese a los cantos de sirena de Mill y Sen, fui acendrando mi liberalismo a través del estudio y de la observación. Ayudé a organizar la primera reunión de la Mont Pelerin Society en España (1978). Ese mismo año, con la siempre inestimable ayuda de Joaquín Garrigues, creé el Instituto de Economía de Mercado, un think tank procapitalista, a contrapelo del eclecticismo imperante en los años de los Pactos de La Moncloa. Gané un escaño como diputado independiente en las elecciones generales de 1982, enfrentándome con amigos que promovían la fundación de un Partido Liberal independiente. Mi opinión era distinta: estimaba que para tener algún efecto práctico en nuestra España tan instintivamente estatista, era necesario infundir el espíritu de la libertad económica en un gran partido de la derecha. Lo conseguido durante las dos legislaturas en que gobernó José María Aznar me dio la razón.
 
      "El estudio y la enseñanza de la Historia de las Doctrinas Económicas ha perdido peso en España durante los últimos años, por la creencia cada vez más extendida de que la economía no es más que una técnica y que los cultores del pensamiento económico somos meros historiadores. Leopold von Ranke insistió en que los historiadores tienen primeramente que estudiar el pasado (wie es eigentlich gewesen ist) como verdaderamente ocurrió. Es cierto que la búsqueda de la verdad completa de lo ocurrido es un ideal difícil de alcanzar, pero sin este anhelo por descubrirla el historiador se desorienta. Con la experiencia de los años, he ampliado esta visión de la historia del pensamiento económico incluyendo elementos recogidos de tres fuentes: 1) la crítica de la filosofía y metodología subyacente en las diversas doctrinas económicas; 2) el contraste de las doctrinas económicas con los datos brindados por la observación histórica y la estadística; y 3) el aprovechamiento de las lecciones de los grandes economistas del pasado para el mejor funcionamiento del libre mercado. El pensamiento económico, con ayuda de la filosofía y de la historia económica, puede ser de útil aplicación. Por eso, digo, debemos hacer historia de las doctrinas aplicadas.
 
      "Pese a los avisos y reconvenciones de los clásicos de la economía, empezando por Adam Smith y terminando por Robert Lucas, los gobiernos siguen preocupados de dirigir la política industrial y comercial de sus países, mientras los bancos centrales pretenden controlar el altibajo de los ciclos guardando un sospechoso silencio de los excesos cometidos por prestamistas públicos como origen de la reciente crisis.
 
      "El Presidente y el Congreso de los Estados Unidos de América se atrevieron con Wall Street, pero no con Fannie Mae y Freddy Mac, verdaderos creadores de las «hipotecas basura», y se les permitió crecer hasta tener hoy en sus libros más del 50% de todas las hipotecas del mercado en los Estados Unidos. Estallaron en 2007, arrastrando a casi todo el sistema financiero mundial y forzando su nacionalización. Es característica de las grandes intervenciones estatales aparentar sustentabilidad de largo plazo, pero luego fracasan estrepitosamente. Al mismo precipicio se encaminan los sistemas públicos de salud, pensiones y educación. Se descubre que son insostenibles años después de haber sido creados. Pero entonces el monstruo es incontrolable y lo único que se les ocurre a los políticos es sostenerlos a costa de recortar presupuesto a la policía, a la justicia y a la defensa nacional.
 
      "Pocas son las críticas dirigidas a Alan Greenspan por evitar cualquier amago de recesión manteniendo los tipos de interés nominales artificialmente bajos. Es revelador que la mayor parte de los reproches a su larga gestión como presidente de la Reserva Federal se refieran a su filosofía de laissez faire y no a su intervencionismo inflacionista. Si hubiere atendido a la historia del pensamiento económico, Wicksell le habría dicho que es imprudente mantener durante años el tipo de interés nominal por debajo de lo que se intuye como tipo real. Y, mucho más atrás, Martín de Azpilcueta en su "Comentario resolutorio de cambios" (1556) le habría enseñado que, tarde o temprano, el aumento de la cantidad de dinero se traslada a los precios y hace que la moneda pierda valor. También debió hacer caso a David Hume, quien advirtió que los precios de todas las cosas dependen de la proporción entre los bienes y el dinero (1752).
 
      "Como hemos dicho en un reciente estudio para el Parlamento Europeo, el plazo de traslación total del aumento de la cantidad de dinero a los precios ocurre en un lapso de nueve a diez años. Verdad es que un decenio resulta un tiempo demasiado largo para cualquier ministro de Hacienda o gobernador de banco central. «A largo plazo, todos muertos», dijo Keynes en un escrito de hace casi noventa años, emulando la frase de Juan Tenorio: «¡Cuán largo me lo fiais!», pues ansiaba satisfacer sus impulsos sin curarse del infierno que le esperaba. No es prudente rendirse al mero impulso de «algo hay que hacer» cuando ni siquiera se sabe las consecuencias que seguirán de inmediato y sí se pueden prever los resultados fatales de largo plazo. «De lo que no se puede hablar, mejor es callar» decía Wittgenstein. Sorprende, pues, que tras el desastre causado por el activismo de Greenspan y sus colegas europeos, aún hay bancos centrales empeñados en la «microgestión» del ciclo económico y en la creación de empleos con la política del tipo de interés. Prestan oídos a jóvenes economistas cuantitativos que malgastan tiempo y dinero en el intento de rescatar la antigua curva de Phillips, consignada por Friedman al limbo de las teorías olvidadas. Ahora la insertan en modelos neokeynesianos, con los que obtienen resultados que pronto se esfuman.
 
      "Habrán podido ver que este economista de larga trayectoria no ha dejado de predicar, de enseñar y de investigar. En años más recientes he buscado combinar la vida académica con la vida práctica. He sido creador o partícipe de varios think tanks para la defensa de la economía de mercado, con éxito desigual, pues la sociedad española es muy poco dada a financiar centros de opinión verdaderamente independientes. Sigo presente en los medios para defender ideas que creo positivas, aunque desentonen con la ortodoxia dominante. Pero mi principal dedicación ha sido la universidad: la Complutense, la Autónoma, la Saint Louis y San Pablo CEU. A todas he llevado mi Seminario de Cátedra, en todas he dirigido tesis doctorales y en todas he impartido enseñanza. He tenido la suerte de encontrar en el CEU una atmósfera propicia para quien, como yo, defiende la libertad individual y la iniciativa privada.
 
      "Espero que después de oír este relato de mis aventuras por el hermoso mundo de las ideas y el arduo mundo de la realidad, el jurado no se arrepienta de haber distinguido con tan preciado galardón a un economista disconforme".