martes, 8 de marzo de 2011

ADIÓS A LA COCINA

 
Por Alfonso Ríos Larrain


“Las mujeres son prácticamente invisibles en muchos lugares. Son ciudadanas de segunda. Son vistas como gente que carece de derechos. Es una vergüenza para la humanidad. Lo importante es oponerse eficazmente a las formas de violencia contra las mujeres, sin aceptar ninguna justificación basada en tradiciones… Una de mis prioridades es generar líderes que apoyen a quienes luchan por avanzar en los derechos de las mujeres”, asegura Michelle Bachelet, directora de la embrionaria agencia internacional ONU Mujeres, entrevistada hoy por el diario “El País” de España. Aunque me parece desafortunada su metáfora de la “invisibilidad” -a Dios gracias las veo en todas partes, incluso más que a los hombres- y repruebo el concepto “derechos de las mujeres” -nada más machista, retrógrado, regresivo y filosóficamente equivocado que discernir derechos fundamentales según el sexo-, estoy de acuerdo con ella en el aciago panorama de muchos países donde “la inercia de la injusticia” (sic) es fomentada por la violencia de tradiciones y prácticas abominables en contra de las mujeres.

Veremos cuánto logra doña Michelle inmersa en el maremágnum de la burocracia internacional, pero en sus declaraciones hay indicios de un cambio ideológico sugerente: “¿Cómo romper la inercia?”, pregunta, respondiéndose a sí misma: “Logrando que las mujeres… sean pagadas por su trabajo: si no tienen libertad económica no tendrán libertad”. Como optimista incorregible, confío en que el aserto no fue un error o tropiezo involuntario e inconsciente, sino una conclusión motivada por las enormes ventajas que ofrece la libertad para desafiar ésta como cualquiera otra vicisitud que contravenga la naturaleza y desarrollo del ser humano. Pero si se tratare de un avieso lapsus linguae, también lo celebro: la primera autoridad pro-mujer del mundo, popular y orgullosa socialista, entrevistada por un diario cuya inclinación de izquierda nadie discute, no encontró mejor argumento que la libertad económica para sustentar las tareas rectificadoras que exige el cargo. Y tiene razón. No hay otro.


Hay algo más que no me gusta. En su apología desbordante, doña Michelle cita a una activista del feminismo y notifica vehemente: “¡No estamos dispuestas a volver a la cocina!”. Me pregunto: ¿Qué tiene contra la cocina? ¿No sabe, acaso, que la cocina es cuerpo y alma del hogar? ¿Que cocinar significa guisar, aderezar y condimentar el alimento, dosificándolo con ingenio y cariño? ¿Que, como acepciones alternativas, cocinar también significa hacer arreglines y meterse en cosas que no corresponden?¿No ve en todo lo anterior semejanzas con la actividad política? ¿No es lo que ella hace habitualmente, dentro o fuera de la cocina? ¿Por qué, entonces, esta aversión recalcitrante al fogón, al horno, a la gastronomía, al arte culinario?

Sé de muchas mujeres que les encanta cocinar y de hombres que disfrutan haciéndolo. Yo, sin ir más lejos, cocino todos los sábados, arriesgando críticas de mi familia e invitados. Y en esta afición me siento bien acompañado por ilustres poetas, entre ellos el francés Joseph Berchoux (1760-1838), cuyo poema “La gastronomie ou l’homme des champs a la table”, con más de mil versos divididos en cuatro cantos, revolucionó las costumbres de su época, permitiendo que cocineros y gastrónomos ganaran prestigio social y profesional.  Un trozo traducido del poema:


                     Mitológico Dios, ven a mi asiento
                     ven, como mofletudo y regordete,
                         digno será del universo todo
                       mi proyecto, si tú me favoreces.
                        En medio del furor casi divino
                      pondré en el lugar que se merece
                      entre las bellas artes, aquel arte
                     que trata de cocina y sus deleites.

 Este alegórico e irreflexivo “adiós a la cocina” que anuncia doña Michelle, me recuerda unos versos del poeta y diplomático mexicano, Juan José Tablada (1871-1945):

De la cocinera se mofa
       colérica y gutural,
        y de paso apostrofa
         a la olla del nixtamal.

Hay mejores consignas para reivindicar a las mujeres. La cocina, en cambio, las dignifica.   ARL