domingo, 6 de marzo de 2011

EL CRISTAL ROTO

         Por Alfonso Ríos Larrain

Para explicar la falacia socioeconómica implícita en proyectos de ley que sólo ponderan resultados inminentes o visibles y no sus efectos venideros, el intelectual, parlamentario y economista francés Fréderic Bastiat (1801-1850) escribió la famosa Parábola del Cristal Roto incorporada en su ensayo “Lo que se ve y lo que no se ve”. Un niño rompe el ventanal de una tienda. Al comienzo, todo el pueblo simpatiza con el comerciante, pero al cabo de unos días surgen voces que aprueban el beneficio social causado por la acción vandálica del muchacho. “¡Qué sería de los vidrieros si nunca se rompieran los cristales!”, exclama la gente. En efecto, la reposición del ventanal incrementará las ventas del vidriero quien tendrá dinero para comprar zapatos beneficiando al zapatero y éste, a su vez, podrá retapizar su mueble beneficiando al tapicero, etc., etc. Así, lo que comenzó como una travesura o desafortunado incidente produjo un bien para la sociedad: el cristal roto ha generando una cadena virtuosa en la que todos ganan. Y el niño, de vándalo, se transforma en héroe. Es “lo que se ve”.

Pero el trasfondo no es tan simple. El dinero que el comerciante había ahorrado, por ejemplo, para comprar un traje nuevo, deberá destinarlo a reponer el ventanal y, ahora, en vez de ventanal y traje nuevo sólo tendrá el primero. El destrozo ha empobrecido al comerciante porque disfrutará un bien en vez de dos. Es cierto que el vidriero podrá adquirir el traje reservado al comerciante y evitar, así, depauperar también al sastre, pero esta decisión sólo sustituye un beneficiario por otro, neutralizando la supuesta virtuosidad encadenada a la rotura del cristal. Entonces, el regocijo del pueblo encierra una falacia porque no tuvo en cuenta “lo que no se ve”.

En el ámbito de la economía, un hecho, una costumbre, una institución o una ley origina una serie de efectos en que sólo se observa el primero. Los demás se despliegan en sucesión, no son vistos, pero es necesario preverlos. Es la gran diferencia entre un economista malo y uno bueno: el malo sólo tiene en cuenta el efecto visible de una acción determinada; el bueno tiene en cuenta el efecto que ve y el que es necesario prever. “Por tanto -concluye Bastiat- el mal economista busca un pequeño bien presente seguido por un gran mal futuro, mientras el buen economista busca un gran bien futuro a riesgo de un pequeño mal presente”.

         La misma vara que mide a los economistas sirve para evaluar al gobernante. Parafraseando a Bastiat, la diferencia entre un gobernante bueno y uno malo es la capacidad de prever los efectos futuros que provoca su decisión. Esto es, la certeza para diagnosticar "lo que ve" y el talento para prevenir "lo que no ve". Y como “constatar” es siempre más fácil, cómodo y seguro que “vaticinar”, la demagogia atrae a muchos gobernantes proclives a sacrificar la sustentabilidad futura de la ley por la ventaja coyuntural de la misma.

La retórica populista es propiedad intelectual de la izquierda, con manifestaciones explícitas en la legislación económica y social de los países que ha gobernado. Aunque su fracaso es evidente, la ampulosidad del discurso socialista logra hechizar a sectores de derecha, más interesados en el efecto visible o inmediato de sus decisiones (“lo que se ve”) que en evaluar sus secuelas (“lo que no se ve”). No es raro, entonces, que al encarar situaciones de pobreza, desigualdad o discriminación, izquierda y derecha, como en el póker, ofrecen “lo tuyo y dos más…”. Con matices cada vez más imperceptibles, ambos sectores apuestan tu salario mínimo y dos más, tu sueldo ético y dos más, tu posnatal y dos más, tus regulaciones laborales, medioambientales, tributarias y dos más, todo arrebozado bajo el paradigma de la “protección social”. En otras palabras, más Estado y menos individuo; más restricciones y menos libertad.

El abogado, intelectual, profesor y senador chileno Jaime Guzmán (1946-1991) afronta este trance con meridiana claridad: “Hay dos grandes modos de abordar la acción pública. Una, la predilecta para la inmensa mayoría, busca halagar a la masa, identificándose con las consignas dominantes y cediendo demagógicamente a sus pasiones y caprichos. La otra, mucho más difícil, intenta guiar al pueblo, librando con valentía moral y de cara ante él, un combate rectificador frente a las consignas falsas, vacías o torcidas”  (Jaime Guzmán, “Escritos Personales”).

Bastiat y Guzmán, cada uno en su tiempo y a su manera, coinciden en el ferviente llamado a mirar todas las aristas del “cristal roto” y medir sus consecuencias. Advierten, además, las dificultades de gobernar con premisas de derecha y la necesidad de anteponer la coherencia a las cucamonas del momento. Por mi parte, creo siempre necesario que gobierne la derecha, consciente de que al optar por el individuo, por su libertad, emancipación y soberanía, rechazando toda forma de colectivismo, doy ventajas al socialista: éste obtiene réditos electorales de corto plazo, pero envilece el porvenir. El buen gobernante de derecha previene el futuro aún a riesgo de resignar votos   ARL