jueves, 16 de diciembre de 2010

DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

                     
Por Alfonso Ríos Larrain

Tengo una cuñada norteamericana que vive en Chile. Casada con mí hermano menor, ambos abogados, celebran anualmente el Thanksgiving Day con un almuerzo en su casa al que asiste nuestra numerosa familia. Con el aperitivo, cada uno de los presentes relata las cosas buenas que le pasaron durante el año y hace una breve alocución de agradecimiento. Luego, vamos a la mesa y comemos el tradicional roasted turkey acompañado de puré de papas, manzanas y camote, ensaladas varias y pumpkin pie con helados de distintos sabores, todo acompañado de buen vino chileno. Es una jornada familiar de acción de gracias.
Thanksgiving -junto al Día de la Independencia- es la fiesta más popular de los Estados Unidos. También la celebran en Canadá. Algunos creen que su origen es religioso, pero no hay tal. La historia data el 6 de septiembre de 1620. Un grupo de marinos y pasajeros “separatistas” embarcaron ese día en el Mayflower al mando del capitán John Smith y alzaron velas desde Plymouth (Inglaterra) con rumbo América. Luego de sesenta y seis días de navegación, anclaron cerca de Cape Cod, en el estado de Massachusetts (EE.UU). Pródigo en recursos naturales y un buen puerto, el lugar ofrecía excelentes condiciones para que los inmigrantes iniciaran su nueva vida. El primer año fue desastroso: un duro invierno devastó a los pilgrims y varios murieron de hambre o de frío. Entonces, los indios nativos acudieron en su ayuda, enseñándoles a sembrar, a cosechar y guardar comida; a envolver pescado en sal y curar carne ahumándola en las brasas. Para el invierno siguiente, los colonos habían acumulado suficiente maíz y otros productos necesarios para el sustento. Pero -más importante- habían aprendido a superar las adversidades climáticas y a sobrevivir en el Nuevo Mundo. Tiempo después, el gobernador William Bradford proclamó una jornada especial para agradecer la hospitalidad y ayuda que los nativos indoamericanos dieron a los peregrinos, instituyendo el Thanksgiving Day. El escritor Edward Winslow, en su libro “Diario de los Peregrinos de Plymouth”, cuenta que los festejos incluían aves de corral (pavos salvajes) aportadas por los colonos y carne de ciervo que traían los indios. Doscientos años más tarde, el presidente Abraham Lincoln estableció el último jueves de noviembre para conmemorar esta fiesta y Franklin D. Roosevelt (1941) la trasladó al cuarto jueves del mismo mes, distanciándola de Navidad.

Nuestro país ha “importado” una interminable lista de días conmemorativos de algo o alguien por lo que son” y no por lo que han  hecho”. No hablo de festividades tipo Halloween -tan excéntrica como alejada de nuestras tradiciones- ni de los esforzados Papa Nöel que conducen trineos en medio de pinos y nieve de utilería emulando el “típico” paisaje veraniego de Chile. Me refiero al día de la madre, de la secretaria, del padre, del niño, del pescador o del minero instituido por su condición de tales y no por circunstancias heroicas o excepcionales que los justifiquen. Porque ser madre, padre, niño, secretaria, pescador o minero no es un estatus meritorio en sí mismo, como tampoco lo es ser trabajador, joven, abuelo, estudiante, mujer, enfermera, refugiado, deportista o gay. Sin embargo, políticos y comerciantes se las han ingeniado para llenar el calendario de efemérides inocuas que les generan dividendos publicitarios y económicos, pero agotan la paciencia del ciudadano común, su intelecto y su bolsillo.

El Thanksgiving es un día diferente. Una jornada que reúne a la familia para contar cosas buenas, reflexionar y agradecer. Una conmemoración cuyo antecedente histórico sugiere nobleza, heroísmo y amistad. Un día que vale la pena imitar y celebrar. ARL