lunes, 29 de noviembre de 2010

REFORMA EDUCACIONAL


Por Alfonso Ríos Larrain

Después de leer a Carlos Peña en El Mercurio de ayer y su entrevista en la revista Qué Pasa de anteayer, el Ministro de Educación Joaquín Lavín habrá recordado la frase del presidente Ronald Reagan: “A veces me pregunto cómo serían los Diez Mandamientos si Moisés los hubiese pasado por el Congreso de los Estados Unidos". Porque no es fácil pronosticar qué rescatará el gobierno de su proyecto original de reforma a la educación concluido el lobby, negociaciones, transacciones y acuerdos (si se respetan), tanto en la Cámara como en el Senado.

Aunque se desconocen los detalles de la reforma, Carlos Peña adelanta algunas virtudes (modificaciones al estatuto docente, fortalecimiento de los directores de colegios municipalizados, aumento de las horas-clases en lenguaje y matemáticas) y muchas carencias. En éstas -a juicio del columnista- el común denominador es la ideología conservadora que inspira a la derecha. Dice: “Ella piensa  (la derecha) que todas las ventajas de la vida -desde el capital cultural al económico- son fruto del desempeño personal, un resultado de la voluntad y no de hechos sociales que haya que corregir”.

Me parece tedioso rebatir la percepción “clasista” que Carlos Peña vislumbra en estas reformas. La discusión, además de anacrónica, sería eterna, pero sólo le pido un mínimo de coherencia: ¿Está dispuesto, en su calidad de rector de la Universidad Diego Portales (UDP), a modificar el sistema de admisiones de quienes postulan a dicha institución, evaluándolos con mediciones distintas a su “desempeño personal” como estudiantes? ¿Tiene la universidad a su cargo algún programa que ayude a corregir los “hechos sociales” que originan desigualdad? ¿Alguna instancia que evite concentrar, mediante selección por rendimiento, a los más talentosos y resilentes, y rechazar a los menos aventajados? Porque si sólo propone becas, la competencia es desatada: todas las ofrecen y están disponibles, preferentemente, para estudiantes con buen rendimiento que dan prestigio a las universidades donde estudian. O sea, usando su terminología, la calificación que la UDP hace para otorgar becas es “clasista” y, por lo tanto, ideológicamente conservadora, porque discrimina considerando el “desempeño personal” de cada postulante y no por “hechos sociales que haya que corregir”.

Carlos Peña argumentará que la educación superior es mera receptora del contingente de alumnos que entrega la educación media y que debe funcionar con lo que hay. Tiene razón. De ahí la urgencia de estas reformas. Pero visualizar el problema con parámetros ideológicos sólo enreda los acuerdos y posterga soluciones más definitivas. Él tiene experiencia al respecto. ¿O pretende que estas reformas sean un remake de la LEGE 2008, que a penas sirvió para que la presidenta Bachelet, algunos ministros, parlamentarios de gobierno y de oposición, junto a miembros de la comisión que él mismo integró entrelazaran sus dedos, elevaran sus manos y, al ritmo de “We are the people”, las agitaran al viento, forzando sonrisitas para tranquilizar a los pingüinos?  ARL

¡DEJADNOS TRANQUILOS!


Nota del editor:
Extracto del ensayo "Let Us Alone" desarrollado por Ayn Rand en su columna de Los Angeles Times (1962) y reproducido en su libro "Capitalismo: el Ideal Desconocido" (1966). Este artículo fue publicado originalmente en http://www.objetivismo.org/

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            Ya que el crecimiento económico es el gran problema de hoy y que nuestros actuales gobernantes prometen “estimularlo” -esto es, buscar la prosperidad a través de controles cada vez estrictos mientras gastan la riqueza que no han producido-, me pregunto cuánta gente conoce el origen de la expresión “laissez-faire” (*).
            En el siglo XVII, Francia era una monarquía absoluta. Su sistema ha sido descrito como un “absolutismo limitado por el caos”. El rey mantenía poder total sobre la vida, el trabajo y la propiedad de todos sus súbditos, mientras la corrupción de los funcionarios del gobierno daba a la gente cierto margen clandestino de libertad.
            Luis XIV fue el clásico modelo de un déspota: un mediocre presuntuoso con ambiciones grandiosas. A su reinado se le considera uno de los períodos más fecundos de la historia francesa porque dio a ese país un "objetivo nacional" reforzado por largas y exitosas guerras, transformándolo en el centro cultural de Europa y en el país más poderoso del continente. Pero los “objetivos nacionales” cuestan dinero. Durante su reinado, las políticas fiscales condujeron a Francia a un estado crónico de crisis, abordado con el recurso tradicional de desangrar al país con impuestos cada vez mayores.
            Colbert, el principal asesor económico de Luis XIV, fue uno de los primeros estatistas modernos. Pensaba que las regulaciones estatales podían crear prosperidad en su país y que el crecimiento económico sólo era posible recaudando impuestos. Se dedicó, entonces, a fomentar la industria. Ese "fomento" incluía innumerables controles gubernamentales y detalladas regulaciones que ahogaban la actividad económica. El resultado fue un completo fracaso.
Colbert no era más amigo de la industria de lo que es la actual administración en los Estados Unidos de América, pero estaba deseoso de engordar a las víctimas que iba a sacrificar. En cierta ocasión preguntó a un grupo de fabricantes qué podría hacer por ellos. Un industrial de apellido Legendre le respondió: “¡Laissez-nous faire!” (¡Dejadnos tranquilos!).
Por lo visto, había empresarios franceses en el siglo XVII más valientes que muchos norteamericanos  del siglo XX y con mejor comprensión de la economía. Aquellos sabían que la “ayuda” estatal en los negocios privados es tan desastrosa como la persecución al emprendimiento, y que la única forma en que un gobierno puede ayudar es quitándose de en medio.
Decir que la realidad del siglo XVII no es aplicable hoy porque viajamos en aviones y entonces se trasladaban en carretas, es una superficialidad que impide distinguir lo esencial de lo accesorio, resta valor a la libertad y relativiza la influencia del estatismo como causa primera y última de la crisis fiscal que enfrenta la Norteamérica de hoy, como lo fue antes en la economía más rancia de la historia.

Ver video: http://www.youtube.com/watch?v=dwoZaHsS9TM&NR=1


(*) Otras versiones identifican la frase completa como "laissez faire et laissez passer, le monde va de lui meme" (dejad hacer y dejad pasar, el mundo se vale por sí mismo"), referida a la voluntad de que la economía opere sin intervención del Estado. La habría usado originalmente Jean-Claude Marie Vincent de Gournay, fisiócrata francés del siglo XVIII.