domingo, 21 de noviembre de 2010

ANTROPOFAGIA

 
Por Alfonso Ríos Larrain

              En 1996 hubo elecciones municipales. Joaquín Lavín obtuvo casi el 80% de apoyo como alcalde de Las Condes y se transformó en el candidato natural de la derecha para las Presidenciales de 1999. Sebastián Piñera, senador entonces, dijo (cito textual): “Una cosa son las habilidades para mejorar el tránsito, regular semáforos o remodelar plazas en una comuna,  y otra muy distinta es gobernar un país”. El senador Espina, entonces diputado, agregaba: “Lavín es sólo un buen administrador del invernadero de Las Condes”. El diputado Nicolás Mönckeberg, entonces concejal, acotaba: “Lavín es ‘cosista’, pero eso tampoco le da ventajas sobre el alcalde Ravinet”. A pesar de las descalificaciones, Lavín perdió en primera vuelta por menos de un voto por mesa.

En las pasadas elecciones, pareció que la derecha había asimilado la experiencia. Por distintos motivos, el candidato Piñera tenía detractores en su propio sector. Además, el partido mayoritario deseaba competir con uno de los suyos, pero cedió sus legítimas aspiraciones en beneficio de quien figuraba mejor posicionado en las encuestas. Así, la UDI entendía la política como el arte de gobernar con lo mejor dentro de lo posible, y que podía ejercerla, incluso, uniendo voluntades en torno a quien generaba rechazos internos. En política, como en cualquiera actividad humana, debe procurarse el óptimo, pero hay promedios razonables que pueden servir para mostrar ideas, valores y formas de gobernar distintas al adversario. Y la derecha intenta hacerlo después de 20 años.

En 2010, nuestro país conmocionó al mundo por el exitoso rescate de 33 trabajadores atrapados en una mina. Emergió, entonces, la figura del ministro Laurence Golborne con un 90% de evaluación positiva en las encuestas, transformándose espontáneamente en eventual candidato a la Presidencia de la República, faltando tres años para las próximas elecciones. Ahora, como antes, arreciaron críticas de su propio sector. El ministro Hinzpeter reclama mayor trayectoria pública a su colega: “Me parecería muy injusto que el liderazgo político -no el técnico- que ejerció en el rescate le bastare para ser candidato”; y el senador Espina vuelve a sus andanzas reconviniendo a Golborne, a Lavín y al propio Hinzpeter para que oculten sus aspiraciones presidenciales, se refugien en sus ministerios o renuncien: “De lo contrario -advierte- habrá parlamentarios que desatiendan sus obligaciones legislativas para entrar de lleno en la carrera presidencial”.

En un país como Chile, con elecciones presidenciales y parlamentarias cada 4 años, ¿cuál es la precocidad razonable para que un ministro o parlamentario manifieste interés en ser presidente? ¿Tres años, dos, algunos meses? ¿Quién determina ese período? ¿Cómo lo hace? Las preguntas son difíciles de responder, más aún cuando estamos frente a liderazgos naturales que tienen su origen en situaciones ajenas a la cotidianidad política, o en atributos individuales del posible candidato. Pero lo más insólito y extravagante es poner trabas para restringir el desenvolvimiento político de "presidenciables" con la arrolladora popularidad del ministro Golborne.       

La historia se repite. Ocurrió durante la Independencia y también en la República. Víctimas fueron Portales, Manuel Montt, Balmaceda y varios más. Signo inequívoco de la antropofagia que caracteriza a la derecha chilena ARL