miércoles, 16 de febrero de 2011

VACILACIONES DEL GOBIERNO

    
Por Alfonso Ríos Larrain

Con sus virtudes e imperfecciones, la política otorga espacios para cotejar proyectos de sociedad, influir, lograr acuerdos y obtener apoyos para gobernar. Conozco a muchos políticos -de antes y de ahora- y tengo una buena impresión de la mayoría, también de algunos que piensan distinto a mí. Estimo que el mejor gobernante no es siempre el más realizador, sino el más verosímil, persuasivo y convincente; el que logra consensos más amplios para institucionalizar sus ideas y simplifica su materialización. Así, un buen político de derecha posee un liderazgo sustentado en valores que identifican a su sector y lo ejerce sin eufemismos ni temores, aún a riesgo de ser circunstancialmente incomprendido e, incluso, derrotado: libertad individual, fortaleza de la familia, propiedad privada, comercio libre, privatizaciones, bajos impuestos, flexibilidad laboral, descentralización del país; supresión de obstáculos para el emprendimiento y la innovación; Estado subsidiario, moderno, pequeño y musculoso que respete al individuo, garantice su seguridad y ejerza la fuerza sólo como respuesta de legítima defensa. Estas son las banderas emblemáticas de un político de derecha, su marca distintiva, sus argumentos para superar la pobreza y acceder a un desarrollo coherente con los parámetros éticos de una sociedad libre, justa y de oportunidades. Es, en definitiva, su razón de ser en política y el hálito inspirador de sus tareas como gobernante.

Confieso que estoy sorprendido porque a casi un año de haber ganado las elecciones presidenciales noto al Gobierno dubitativo y temeroso de ejercer el poder con el respaldo de sus ideas y de los buenos resultados obtenidos en este período: generación de casi 400 mil empleos, 6% de crecimiento, rescate de los mineros, reforma educacional e índices positivos en inversión, seguridad ciudadana y reconstrucción post-terremoto. Es lo que me gusta, pero hay otras decisiones que repruebo, admitiendo que pueden tener una evaluación ciudadana también favorable: alza de impuestos, royalty minero y la insólita intromisión presidencial que desautorizó la construcción de la termoeléctrica Barrancones. Comprendo la necesidad de una cierta “amistad cívica” con la oposición para facilitar negociaciones que permitan alcanzar mayorías parlamentarias ocasionales que el oficialismo no tiene, pero noto bastante exageración, superficialidad, ridiculez y agravio en algunas muestras de cariño, como la foto del  Ministro del Interior junto al retrato de Salvador Allende o la celebración en La Moneda del natalicio de Frei Montalva, personajes cuyo leitmotiv político fue destruir a la derecha, a sus partidarios y a todo lo que ellos representan.  

Coincidente con esas dudas y temores fue la tardanza en tomar una decisión por la denuncia en contra de la intendenta Van Rysselberghe, tema que el Gobierno pudo resolver en 5 minutos: “Mire, senador Navarro, si usted cree que hay fraude, acuda a los tribunales de justicia; si usted cree que hay irregularidades administrativas, acuda a la Contraloría General de la República. Mientras tanto, la Intendenta mantiene nuestra absoluta confianza y permanece en el cargo”. Directo, corto y preciso, evitando la francachela periodística de 13 días y el desmadre de vocerías veraniegas, más interesadas en el linchamiento de una persona cuya independencia, personalidad y proyección política les incomoda, que de analizar los alcances de sus dichos y el mérito de la denuncia. En todo caso, celebro que el Presidente de la República haya resuelto en favor de la Intendenta, alentadora señal de que las encuestas sólo miden "sensaciones térmicas" pero no administran justicia ni son árbitros de la verdad.

Este primer año entrega enseñanzas que ayudan a revisar prioridades, corregir estilos y adecuar procedimientos. Una de ellas, es que la oposición continuará obstruyendo sin tregua. Necesita recuperar el poder a cualquier costo y no resignará esta opción por expresivas que sean las adulaciones, guiños o frases de buena crianza que el gobierno le dispense. La primera obligación del gobernante es ser leal con sus ideas y su programa. Y en estas evaluaciones, muy poca relevancia tienen las zalamerías al adversario, menos aún cuando son unilaterales y se las recibe con sorna y desconfianza ARL