martes, 12 de abril de 2011

JAIME GUZMÁN Y SU PADRE

         Por Alfonso Ríos Larrain
 


          Fui con mi mujer, nuestro hijo mayor, mi nuera y un hermano suyo a la obra de teatro "Guzmán 20 Años". Teníamos curiosidad de ver a Ignacio Santa Cruz en su triple condición de productor, primer actor y sobrino directo del personaje central, el senador Jaime Guzmán. Conscientes de las sensibilidades de izquierda en el mundo del teatro, íbamos dispuestos a soportar parlamentos insidiosos y tergiversaciones de la vida pública y privada del protagonista. Pero somos inmunes a todo ello. Mi mujer es prima hermana de Jaime Guzmán y yo le conocí en 1955 como alumno de los Padres Franceses, colegio donde ambos estudiábamos. Él, tres cursos más arriba que yo. Jaime sucedió a mi hermano mayor como presidente de la Academia Literaria del mismo colegio y en la presidencia de la Juventud Secundaria del Partido Conservador (1961). A fines de los '60, fue propuesto por mi padre como consejero del Hogar de Estudiantes, fundación que recibía a jóvenes provincianos de bajos recursos que estudiaban en Santiago. Años más tarde, en 1987, mi mujer y yo fuimos reclutados por Jaime para ingresar a la UDI. No era fácil, pues, que tragáramos cualquier pantomima del escenario.

          Dejo a espectadores y críticos que evaluén la obra. Me parece, sí, que la figura de Jaime Guzmán es tratada, en general, con delicadeza y respeto. Salvo tres escenas: una, el reconocimiento seguido del majadero reproche por su mediación en favor de personas perseguidas o detenidas por los servicios de seguridad del Gobierno Militar. "Agradezco su ayuda, señor Guzmán, pero esto no exime su responsabilidad de apoyar a la dictadura", le espeta una ensangrentada profesora torturada por la DINA que abraza al bienhechor arrimándose en su espalda. Otra, su vínculo con el ex Presidente Jorge Alessandri, con quien baila tango en un retruécano sketch que sugiere poca virilidad de ambos personajes, recurso escénico que habrá tolerado Santa Cruz como autoreferencia. La tercera, el diálogo de Jaime Guzmán con su padre, deplorable imagen que redunda en la mitología acerca de la relación que hubo entre ellos. Me detengo en este punto para dar mi testimonio frente a inexactitudes y chismorreos que alientan unos y consienten otros.

          Conocí a Jorge Guzmán Reyes, el padre de Jaime, el año 1972, cuando comencé a pololear con mi mujer, su sobrina, y fuimos amigos hasta su muerte. Era entretenido, alegre, culto, fino e inteligente; notable imitador y cantante de voz privilegiada. Su incorregible bohemia y las "penas del alma" deterioraron su voluntad, pero mantenía incólume la cordialidad, señorío y simpatía que cautivó a quienes le conocieron. Su separación matrimonial dejó heridas que el tiempo fue incapaz de curar. Las secuelas de aquel proceso alejaron a don Jorge de sus hijos durante varios años, pero nunca exteriorizó resentimiento. Por el contrario, viniere o no al caso, como el chiste de los fenicios, la Charito, Jaime y la María Isabel eran referentes ineludibles para reforzar algún argumento o instintivo reflejo del cariño, admiración y orgullo que profesaba a cada uno. Vivió pobremente pero con dignidad, al principio con una hermana viuda y, luego, con unas tías viejas, frecuentando siempre a sus hermanos y sobrinos. Jamás recurrió a ellos para solicitar ayudas materiales de ningún tipo: sólo afecto, que retribuía con amistad e ingenio.

          Con el tiempo, Jaime y sus hermanas vencieron la oposición materna y visitaban a su padre. Fueron los mejores años de don Jorge desde su separación. Murió en 1977. Comprobé, entonces, otra faceta suya que muy pocos conocen: su desprendimiento. Correspondió a mi suegro, como abogado y hermano suyo, pedir la posesión efectiva. Apareció un depósito bancario con un importante saldo en dólares que databa más de 15 años. La cuenta no registraba giros: sólo abonos e instrucciones precisas de entregar el dinero a sus hijos después de su muerte. Nadie, absolutamente nadie lo sabía. Y había más. Dejaba una propiedad agrícola de buen secano costero en la localidad de Malvilla, comuna de San Antonio, plantada de eucaliptus y pinos, en sociedad con su primo Alfredo Guzmán. Ese patrimonio pudo servir a don Jorge para evitar penurias económicas, pero consideró que sus hijos lo necesitarían más que él.

          Soy  asiduo lector de biografías y sé que los autores toman licencias al describir sus personajes. Es lo que distingue a un biógrafo de un historiador, pero estimo obligación de ambos conocer todas las aristas que motivan su trabajo. Las fortalezas intelectuales y humanas de don Jorge Guzmán las heredaron Jaime y sus hermanas. Que nadie se pierda. Tampoco el nieto, productor general de la obra y actor intérprete de su tío asesinado. ARL

Nota del editor: El diario El Mercurio de Santiago publicó un extracto de este artículo (13 abril 2011) 

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