lunes, 2 de mayo de 2011

OSAMA, OBAMA Y LA FAMA

     Por Alfonso Ríos Larrain


          La fama, sin adjetivos, es un concepto neutro. Virgilio, consciente de que la envidia y la sospecha suelen redituar dividendos sociales más sustanciosos que presumir la bondad o buena fe en las acciones del prójimo, la define como malum quo non aliud velocius ullum ("un mal veloz como ninguno"), personificándola en un monstruo horrendo que representa el demoníaco poder de la publicidad y el rumor (Libro IV de La Eneida). Si Osama Bin Laden hubiese leído al gran poeta romano pudo aplicar para sí mismo una de sus máximas más famosas: "Vigila a quien pisas al subir porque te lo encontrarás al bajar". Sin embargo, el millonario terrorista saudiárabe no estaba para perder tiempo en recomendaciones que lo distrajesen de sus afanes político-religioso-criminales, de sus intereses financieros y de la necesidad de buscar refugio para evadir el implacable acoso de sus rastreadores. Ahora es tarde. Su cuerpo (según nos informan) está en el fondo de algún océano, mientras su alma (según predicaba) habrá sido acogida en hermosos jardínes, con los buenos vinos y las hermosas vírgenes que promete el Corán, rodeado de terroristas cuyos crímenes e inmolaciones patrocinó con sustento ideológico y abundante apoyo económico. Osama Bin Laden pagó sus fechorías con la muerte, pero obtuvo lo que quería: un lugar en la galería de la fama.

          ¿Y qué hay de Barak Obama? Es el superhéroe más famoso del momento y con razón. Pocos recordarán ahora sus reproches a la política exterior republicana, Irak, Afganistán y Pakistán incluídos. "El gobierno sólo puede aplicar medidas estrictas contra los terroristas dentro de los límites de nuestra Constitución", dijo muy circunspecto (junio 2008) criticando a su antecesor, George W Bush. Pero otra cosa es con guitarra. Anoche, 4 helicópteros y 20 soldados de élite de la Marina norteamericana (los temibles SEALS), armados con explosivos, rifles de asalto, dispositivos de visión nocturna y órdenes perentorias de disparar a matar, irrumpieron en la mansión fortificada que escondía a Osama Bin Laden y con un certero disparo en la cabeza fue muerto. Todo, suponemos, dentro de los límites de la Constitución de los Estados Unidos de América. No importarán los aciertos o errores de Barak Obama en el futuro: él será recordado, simplemente, como el Presidente que encontró y dio muerte al terrorista más buscado de la historia. Y a nadie sorprenda cuando The House of Fame exponga su estatua de cera junto a la de Bin Laden.  ARL