jueves, 31 de marzo de 2011

CASO KARADIMA Y PRÁCTICAS DEL CLERO

        
           Por Alfonso Ríos Larrain

         Por primera vez aludo en este blog al llamado "caso Karadima". No lo hice antes porque, confieso, tuve algunas dudas de la veracidad acerca de los hechos denunciados y esperaba las conclusiones de los procesos ordinario y eclesiástico. El primero, fue sobreseído por prescripción pero puede reabrirse; el segundo, declaró culpable a Karadima de los delitos imputados. Entonces, hablemos del tema.
Conocí a Fernando Karadima a mediados de los ´60 cuando yo asistía a la misa dominical y al Mes de María en la iglesia El Bosque. Él tendría unos 35 años. Me parecía un hombre más bien simple, de discreta preparación, inteligencia promedio y deslucida oratoria, afable y buen sacerdote. Ajeno a la contingencia política que enardecía a buena parte de sus colegas, Karadima mantenía lazos de afecto con familias del vecindario y emergía en él un cierto liderazgo que captó el interés de algunos jóvenes. Nunca oí comentarios ni noté el más mínimo indicio de actitudes suyas que pudiesen derivar en los delitos que hoy se le imputan. Mi incredulidad se acentuaba al constatar el tiempo que tardaron algunas víctimas en denunciar estos hechos. Me preguntaba ¿cómo es posible que alguien tan brutalmente ultrajado desde su adolescencia siguiera frecuentando a su agresor, lo recibiera en su casa hasta bien avanzada su mayoría de edad, lo acogiera como su director espiritual, recibiera de él los sacramentos, bendijera su matrimonio, bautizara a sus hijos y, todo lo anterior, mientras continuaba siendo objeto permanente de las depravaciones sexuales del mismo victimario y, a veces, interactuando en ellas?
Uno de quienes admiten estos hechos no es una persona común y corriente. Se trata de un prestigioso médico cuya experiencia profesional y conocimientos básicos de psiquiatría debieron advertirle el daño que estas conductas le causaban y los efectos demoledores que tendría para su familia y su propia vida. Hoy nos dicen que Karadima logró "anular la voluntad" de sus víctimas valiéndose de la presunta jerarquía representada por su investidura sacerdotal, ejerciendo sobre ellas un cautivador influjo que vencía su resistencia y luego, aceptados sus requerimientos, los premiaba garantizándoles el Cielo. Aunque permanezco dubitativo en lo concerniente a la lentitud de las víctimas para "reactivar su voluntad", creo en la veracidad de estas denuncias. También creo admisible el medio psicológico que usó Karadima para cometer sus fechorías. Me detengo en este punto.
         En las dos veces milenaria historia de la Iglesia Católica y de otras iglesias, abundan los casos de fuerza psicológica usada indebidamente por autoridades del clero para "anular la voluntad" de sus feligreses y obtener, así, ventajas temporales de índole social, político, económico o territorial. También sexual, como en  el caso Karadima y otros más. Sus afanes parecieron encontrar sustento en las modalidades que el derecho romano admite para los contratos innominados: do ut des (te doy para que me des), do ut facias (te doy para que me hagas), facio ut des (te hago para que me des) y facio ut facias (te hago para que me hagas), siempre con la promesa de premio o de castigo en la otra vida, según fuere el grado de satisfacción obtenido por el cardenal, obispo o cura solicitante. Y como premisa de sumisión, la amenaza incontenible de una potestad revelada: "Lo que atares en la tierra será atado en el Cielo; lo que desatares en la tierra será desatado en el Cielo". Así, todo bajo control. Con el sólo mérito de su investidura, esa autoridad demandaba los bienes, la mente, el cuerpo y alma del creyente, ofreciendo a cambio su consagrada mediación para alcanzar la vida eterna. Usando una terminología zurda, ahí están los errores y horrores que ocasionó tal conducta, debilitando al extremo la credibilidad en esos pastores y, con ello, la dimensión espiritual y trascendental de su labor. Ya no se trataba sólo de "temer a Dios", sino de un terrible pánico a sus intermediarios.
         Hoy leí una entrevista al sacerdote jesuita Fernando Montes Matte, rector de la Universidad Alberto Hurtado (*). Entre sus opiniones, destaco un frase que interpreto armonizable con lo anterior: "Frente al caso Karadima a mí se me destruyen ciertos paradigmas de organización eclesial, ciertos paradigmas culturales de cómo procedemos defendiendo a la institución; pero mucho más de fondo, yo no quisiera quedar encerrado en el caso Karadima porque siento que aquí hay una oportunidad inmensa y a la vez el peligro de dejar un cristianismo no encarnado".

        La verdadera defensa institucional tiene sus fundamentos en la obra más notable del Creador: el ser humano a su imagen y semejanza, inteligente, libre, provisto de derechos y deberes fundamentales; dueño de su mente, de sus bienes, de su cuerpo y de su alma   ARL 

  (*) Entrevista a Fernando Montes:  http://www.puroperiodismo.cl/?p=11312