Por Alfonso Ríos Larrain
"Soy estadounidense por elección y convicción. Vine al mundo en Europa, pero emigré a los Estados Unidos porque en este país me sentiría libre para escribir. Cambié el más bello atardecer del mundo en San Petersburgo, Rusia, por la silueta de Nueva York y su línea de horizonte (skyline). Es un monumento de esplendor al que pirámides o palacios jamás podrán igualar, ni siquiera aproximarse, aunque sólo puedan verse sus formas y la mente de quienes las hicieron. La gente habla de peregrinaciones para visitar agujeros infectos en la jungla, templos en ruina u homenajear a un monstruo barrigón construído en piedra por algún salvaje leproso. ¿Es genio y belleza lo que quieren ver? ¿Un sentido de lo sublime? Dejadles que vengan a Nueva York, que paseen por las orillas del Hudson, miren y se pongan de rodillas".
(Ayn Rand, 1905-1982)
"Soy estadounidense por elección y convicción. Vine al mundo en Europa, pero emigré a los Estados Unidos porque en este país me sentiría libre para escribir. Cambié el más bello atardecer del mundo en San Petersburgo, Rusia, por la silueta de Nueva York y su línea de horizonte (skyline). Es un monumento de esplendor al que pirámides o palacios jamás podrán igualar, ni siquiera aproximarse, aunque sólo puedan verse sus formas y la mente de quienes las hicieron. La gente habla de peregrinaciones para visitar agujeros infectos en la jungla, templos en ruina u homenajear a un monstruo barrigón construído en piedra por algún salvaje leproso. ¿Es genio y belleza lo que quieren ver? ¿Un sentido de lo sublime? Dejadles que vengan a Nueva York, que paseen por las orillas del Hudson, miren y se pongan de rodillas".
(Ayn Rand, 1905-1982)
Ayn Rand había muerto cuando las Torres Gemelas sucumbieron al ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, pero intuyó el peligro que acechaba: "Cuando asomo a mi ventana no pienso en lo pequeña que soy; siento que si una guerra amenazara a Nueva York me arrojaría al espacio y protegería esta ciudad y sus edificios con mi cuerpo", declaró al comentar su novela "The Fountainhead" ("El Manantial", 1943). Advirtió, además, que los enemigos de los Estados Unidos de América no buscan su riqueza, sino destruirla; no buscan su libertad, sino abolirla; no aspiran a tener un lugar en la mesa de negociaciones, sino a destrozar la mesa; no anhelan su forma de vida, sino su muerte; no reprueban al ciudadano estadounidense por sus pecados, sino por sus virtudes; no los denuncian por los McDonalds, los bluejeans o la Cocacola, sino por la envidia que les genera su genio productivo, el espíritu de mujeres y hombres capaces de investigar y de emprender; de crear mejores trabajos, ofrecer salarios dignos, bienes más baratos y hacer fortuna. En definitiva, odian al individuo y todo aquello que aliente una sociedad libre, donde la vigencia de los derechos fundamentales no dependan del voto. La regla de la "mayoría ilimitada" que busca satisfacer los deseos de la muchedumbre, sin evaluar su racionalidad y justicia, es el preámbulo de la tiranía.
La abundancia de los Estados Unidos no fue creada por sacrificios públicos para servir el "bien colectivo", sino por el genio de hombres y mujeres libres que siguieron sus propios intereses y su propia felicidad. En su afán, fueron respaldados por políticos dispuestos a corregir prácticas que vulneraban la igualdad ante la ley (esclavitud, privilegios, proteccionismo) y consensuaron una Constitución que ponía límites al poder del gobierno, garantizando la vida, la libertad, la propiedad y el respeto a todos los ciudadanos. Y en menos de un siglo, Estados Unidos se transformó en la primera potencia mundial.
Pero las cosas cambiaron. La superpotencia adormeció y comenzó a ceder, a transigir y negociar más de lo prudente y necesario. Parecía sentir vergüenza de sí misma e incapaz de mantener el liderazgo en un mundo opuesto a los valores que sustentaban su grandeza. Algunos pensamos que el "September Eleven" despertaría al gigante y volvería a sus raíces, procediendo a ordenar su casa y recuperar su esplendor. Vanas esperanzas.
Al cumplirse 1o años del brutal ataque terrorista, las torres siguen cayendo. No se trata de rascacielos erguidos en Nueva York, Chicago, Boston o Los Ángeles, aunque los criminales los tengan en su mira. Tampoco de agresiones al Pentágono o a la Casa Blanca. La embestida es a las torres que los estadounidenses construyeron con materiales sólidos, pero olvidaron mantenerlas. La libertad, el autoestima, el respeto al individuo -como las tuberías, el estuco o la pintura para un edificio- son elementos indispensables para mantener una sociedad altiva, orgullosa y dispuesta a proclamar y defender sus valores, su jurisdicción y poderío. Pero la realidad indica que de poco ha servido la tragedia 9/11 para impedir que las torres del mundo libre sigan cayendo. ARL
Al cumplirse 1o años del brutal ataque terrorista, las torres siguen cayendo. No se trata de rascacielos erguidos en Nueva York, Chicago, Boston o Los Ángeles, aunque los criminales los tengan en su mira. Tampoco de agresiones al Pentágono o a la Casa Blanca. La embestida es a las torres que los estadounidenses construyeron con materiales sólidos, pero olvidaron mantenerlas. La libertad, el autoestima, el respeto al individuo -como las tuberías, el estuco o la pintura para un edificio- son elementos indispensables para mantener una sociedad altiva, orgullosa y dispuesta a proclamar y defender sus valores, su jurisdicción y poderío. Pero la realidad indica que de poco ha servido la tragedia 9/11 para impedir que las torres del mundo libre sigan cayendo. ARL